Un día cualquiera… como a las diez de la mañana. Mi ídolo, mi padre, sentado en el piano, su “Steinway & Sons” laqueado, negro y brillante, nítido… dando rienda suelta a su imaginación musical… su inspiración… y yo, con mis nueve o diez añitos… sentado a su lado escuchando la melodía inédita…

Escena que venía repitiéndose a diario desde siempre, y la música… los acordes, las melodías, se iban incorporando más y más a mis sentidos. Solito, me sentaba en la hermosa butaca de cuero y alcanzando las blancas teclas de marfil, hacía sonar notas y arpegios algo distorsionados que deleitaban mis oídos.

Pero un día, pregunté:
-Papi… ¿Cuál es la tecla del “do’?…
-Es esta, ¿ves? –Respondió, haciéndola sonar –la que está antes de estas dos “negritas” de aquí arriba…
-¡Ahhh!… ¿Y por qué son negritas?…
-Porque estas cinco negritas, dos y estas tres más, son “semi-tonos”…
-¿Semi-tonos?…
-Si… pero pronto aprenderás teoría y solfeo, y después a tocar el piano… como yo. Te voy a inscribir en la academia del profesor…
-¿Así que este el “do”?….
-Si… y la escala, ya sabés, se repite varias veces en todo el teclado… ¿viste?….
-Si papi….

Cuando por la tarde papá regresó de su actuación con la orquesta en un programa en la radio, y otras actividades relacionadas con su profesión, mientras mi abuela María comenzaba a cebar unos mates, él se sentó en el piano. Levantó la tapa del teclado y retiró el paño de “terciopelo” y su exclamación se oyó hasta en la cocina.

Sobre las delicadas teclas de marfil, “alguien” había escrito con tinta de estilográfica, y en un perfecto orden: “do”, “re”, “mi”, “fa”, “sol”, “la”, “si”, “do”….

-¡Cachito!… Vas a limpiar estas teclas con mucho cuidado y no te movés de aquí hasta que no estén completamente …
-¡Ya me las sé, papi!… ¡Ya me las sé!…
Este fue el comienzo de mi breve pero magnífica carrera musical…

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