Recuerdo que siempre nos mudábamos muy seguido. Claro, no sé exactamente los motivos, pero de acuerdo a los comentarios que escuché a través de los años, uno de los mayores problemas era la localización de las propiedades en las que nos tocaba vivir.
-Muy lejos del centro…
-No es lo suficientemente cómoda…

Esto conllevaba a los sistemáticos e inevitables cambios de escuelas y colegios para mí: la Escuela Normal, los Hermanos Maristas, Juan Arzeno y otras que escapan a mi memoria. De hecho, batí el record “olímpico” de muchas diferentes escuelas en el menor tiempo posible.

En fin. Siempre eran lugares de paso y no el destino final. Hasta que, por fin, mis padres encontraron la casa de la calle Laprida 662, entre San Lorenzo y Santa Fe, ubicada en pleno centro, cuatro amplias habitaciones, y bueno, satisfacía todas las exigencias habidas y por haber. Cruzabas la plaza y tenías el Correo Central, donde papi tenía su Casilla de Correo número 662; el Palacio Municipal y la Iglesia Catedral. A un pasito, la calle Córdoba y todas las atracciones que el área comercial te podía brindar. Naturalmente, el centro educativo más cercano para mí, era la Escuela Domingo F. Sarmiento, que se encontraba en la calle Buenos Aires entre San Luis y San Juan.

Allí conocí a mi primer amor. Alba, se llamaba. Era alegre y jovial. Siempre con una sonrisa en sus labios. Me miraba a los ojos y me hablaba con una increíble dulzura. En mis peores momentos, siempre tenía una palabra de aliento, estimulándome a seguir adelante.

Unos años más tarde comenzó las clases mi hermanito Juan Julio. Si, ¡ya lo conocen!… Y yo lo llevaba a la escuela de la manito. Antes me llevaba mi abuela María. Ahora yo lo llevaba a él.

Pasó el tiempo y un día, en plena clase de geografía, todo el mundo mira hacia la puerta del aula y yo me quedé en “shock”. Allí, paradito, Juan Julio, pidiendo permiso para entrar. Antes de que pudiera dar un suspiro, mi maestra, Alba, le dice:
-Juan Julio, te hice llamar para que, por favor, le digas a tu mami que tu hermano no ha traído las tareas por varios días y que le he puesto una nota en el cuaderno…

No oí más nada. Sentí como que un abismo se abría bajo mis pies. Los casi cuarenta grados del verano se me vinieron encima y gruesas gotas de sudor corrían por mi frente y mis mejillas… Y los treinta y pico compañeros de clase mirándome, sonreían sádicamente, como diciendo… ¿Y ahora, qué?… Me volví hacia la puerta del aula pero Juan Julio ya se había hecho humo… No me quedó otra cosa que murmurar:
-¡Oh, Dios mío!…
Ese día Alba y yo “rompimos” para siempre…escuela

José Osvaldo “Cacho” Sala
Hollywood, FL USA Agosto 23/2016