1880. Fin de siglo. La doble puerta “gris-verdosa” semi-abierta, aquellos pisos de ladrillos o de enormes baldosas rojizas, desteñidas y quebradas. Paredes blanquecinas, sucias y descascaradas por el paso del tiempo.

En el patio, el viejo aljibe dando agua suficiente para todos. Todos?… Tiestos de barro o de
madera, con plantas y enredaderas trepando hacia el cielo, algunos muebles que ya no entran en el cuarto, sillas destartaladas y braseros, en los que cocinan la comida, y en las pavas, calientan el café o el agua para el mate.

Esas viejas casonas abandonadas, mansiones, hoy descuidadas, desvencijadas, convertidas en lo que llamaban “inquilinatos”, albergaban cientos de inmigrantes llegados desde distintos países del mundo. Italianos, españoles, franceses y otros, se mezclaban con los argentinos, brasileños y africanos sobrevivientes de la guerra con Paraguay, creando una mezcla de modismos, costumbres y culturas, superadas solamente por las enfermedades, las epidemias y las muertes.

Los “conventillos”, ubicados en los arrabales de las ciudades, ofrecían un desprolijo y precario alojamiento, en habitaciones en las que, apretujadamente, convivían familias enteras y “agregaos”, compartiendo todos un solo baño.

En las tardes, el “quejido” de un antiguo acordeón –con sus acordes lastimeros- recordaban
épocas pasados, los paisajes, las vivencias y familiares dejados atrás. Las tremulantes luces de
las lámparas que iluminan estas “postales”, arrojan luz y sombra sobre quienes buscan un poco
de aire puro y la compañía de quién pudiera escuchar su historia.

En un rincón del patio, alrededor del fogón, tambor, bandoneón, guitarra y “estribillero”,
se unen en una queja lastimera e improvisada, atrayendo la atención de los presentes. Así nace
el candombe, milongón, milonga y el tango. Tango que gana la calle y viaja al centro… al que se unen luego otras corrientes intelectuales de la ciudad.

Cuantas versos y letras son escritas en una servilleta del cafetín o en el bar de la esquina,
en el que se reúnen los bohemios, poetas y filósofos, músicos y compositores.

Ya la milonga y el tango son un patrimonio de todos. Tango sensiblero, romántico, a veces sarcástico y otras arrabalero y pendenciero. Pero no dejará de ser el tango. El que luego trasciende y viaja por el mundo acompañando a grandes exponentes de nuestro estandarte musical.

Es por eso que hoy y siempre encontrará adictos a los de antes y a los de ahora. Siempre estarán presentes aquellos que nutrieron nuestra música con su talento y las nuevas generaciones habrán de aportar nuevos estilos, nuevas tendencias, manteniendo su obstinado ritmo cadencioso.

“El Conventillo”
Milonga
Música: Ernesto Baffa – Fernando Rolón
Letra: Arturo de la Torre – Fernando Rolón

Yo nací en un conventillo
de la calle Olavarría,
y me acunó la armonía
de un concierto de cuchillos.
Viejos patios de ladrillos
donde quedaron grabadas
sensacionales payadas
y, al final del contrapunto,
amasijaban a un punto
p’amenizar la velada.

Cuando pude alzar el vuelo,
pianté del barro al asfalto,
pretendí volar tan alto
que casi me vengo al suelo.
Como el zorro perdí el pelo
pero agarré la manía
de lofiar la gilería
y al primer punto boliao
con algún fato estudiao
dejarlo en Pampa y la vía.

Una noche, un tal Loyola
me embroco en un guay fulero,
batida, bronca, taquero,
celular, biaba y gayola;
di concierto de pianola
manyando minga’e solfeo
y, aunque me tengo por feo,
colgué mi fotografía
donde está la galería
de los ases del choreo.

Hoy que estoy en los cuarenta,
en el debe de la vida,
chapé una mina raída
que tiene más de la cuenta.;
ando en un auto polenta,
diqueándome noche y día
sin saber la gilería
que me está envidiando el brillo,
que nací en un conventillo
de la calle Olavarría.

Con esta inolvidable y “lunfardosa” milonga titulada justamente: “El Conventillo”, interpretada por la Orquesta de Aníbal Troilo (“Pichuco”), con la voz de Tito Reyes, me despido de ustedes con un cordial,
Hasta pronto, Amigos!…

José “Cacho” Sala
Agosto 30, 2020